Las virtudes cardinales de la codicia y el egoísmo según Ayn Rand: del Tea Party al Frente Nacional

 

Noviembre de 2011. Marine Le Pen está en plena gira por los EE.UU. como parte de su campaña para la elección presidencial. Trata de conocer a gente en Washington. En vano, salvo en el caso de Ron Paul, diputado de Texas y candidato a las primarias republicanas a la presidencia. Ron Paul es considerado el padrino intelectual del Tea Party, la corriente ultraconservadora estadounidense aparecida en 2009, que se opone al Estado federal y a los impuestos. Ron Paul es un gran admirador de Ayn Rand, una autora muy famosa en los Estados Unidos, hasta el punto de que las ventas de su best-seller La rebelión de Atlas tan sólo siguen siendo superadas por la Biblia. Otros de los admiradores de Rand son Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal y principal arquitecto de la desregulación financiera de Wall Street, o incluso Luc Bruyckere y Peter Leyman, los dirigentes del VOKA, la organización de empresarios flamenca, que en junio de 2010 ofrecieron el libro al encargado de formar gobierno, Bart De Wever.[1]

Vayamos a explorar a esta ideóloga cuya obra, que data de 1957, sirvió de fuente de inspiración a los amigos de Marine Le Pen, Bart De Wever y a los financieros de Wall Street.

 

La rebelión de Atlas, la Biblia de Wall Street

En La rebelión de Atlas de Ayn Rand, Dagny Taggart, el copropietario de una empresa ferroviaria, está cansado de luchar contra las autoridades, el socialismo, los "aprovechados" y "parásitos" que destruyen la economía. A través de todo tipo de regulaciones, las estúpidas autoridades y ciudadanos igualmente idiotas no cesan de ponen palos en la rueda de brillantes empresarios. Los sindicatos tienen cada vez más influencia y los impuestos aumentan. La flor y nata de la élite empresarial ha decidido retirarse de esta sociedad. Y se pone en huelga.

El libro describe cómo un pequeño grupo de mentes superiores desarrollará las bases de una nueva empresa en la Atlántida, un aislado y bien protegido lugar en un pequeño valle en las escarpadas montañas de Colorado. Esta élite, compuesta esencialmente por los principales industriales, banqueros, pero también por un médico y un juez, está dirigida por el protagonista principal de la historia, el filósofo e ingeniero John Galt. Y refugiados en la Atlántida, comienzan a hablar en un lenguaje directo: el mundo debe estar basado en "la virtud de la codicia" (sic), en el más puro interés personal. El más alto propósito moral de un ser humano es la búsqueda de este interés personal. Estos super-empresarios deben ser el motor de dicho proyecto social. El mundo entero descansa sobre sus espaldas. De ahí el título del libro: si Atlas, el dios del Olimpo que carga el mundo sobre sus espaldas, estornudase o alzase los hombros, el mundo se vendría abajo. No, los trabajadores no crean riqueza, lo hace esta pequeña élite que busca asegurar la prosperidad. Los trabajadores y otros ciudadanos de a pie parasitan el genio y el esfuerzo de éstos pocos superdotados.

En la novela, el mundo se hunde rápidamente en el hambre y la miseria debido a la huelga de estas mentes superiores. El país se hunde en el caos, y nadie es capaz de reanudar los negocios. Hasta que la gente, desesperada, empieza a buscar un verdadero líder: John Galt.

Hoy ya sabemos lo que ha engendrado la visión del mundo de Ayn Rand. La marabunta de empresarios completamente libres ha arrastrado el mundo a una profunda crisis. Es la ficción del libre mercado, un dios sagrado fuera de control, la que está en el origen de las ruinas y daños de hoy en día.

La rebelion de Atlas se ha convertido en la biblia de los "entrajetados-encorbatados" de Wall Street, de los accionistas usureros, de los vendedores de hipotecas basura, de los Albert Frère con salarios anuales de varios millones de euros. Aquí, Ayn Rand, es menos conocida, pero, en los EE.UU., es un icono para muchos empresarios. Su admiración se basa principalmente en una demostración de autoestima: repiten a coro su cántico sobre los valores y las virtudes de la empresa privada.

No sé si Marine Le Pen ya ha leído la novela de Ayn Rand, si ha recorrido las líneas de la ideóloga de sus amigos americanos. Pero ese libro expresa una ideología muy alejada de los intereses del pueblo que pretende defender.

El aislamiento de una pequeña élite que se retira a un remoto valle de Colorado, simboliza la ruptura total con la sociedad existente que pide Ayn Rand. Una escena simboliza esta esencia de la separación integral que busca. John Galt, el héroe de la élite, es arrestado y obligado a introducir reformas. Se niega. No quiere compromisos. El principio de los Mercados debe franquear todos los obstáculos colectivistas y cualquier acción de las autoridades, toda reglamentación, todo control, cualquier obstrucción al "deseo de obtener beneficios." Una sociedad libre sólo puede hundirse si las necesidades de los demás empiezan a abrirse paso. En un largo discurso ideológico de no menos de 70 páginas, el líder John Galt establece su utopía del libre mercado:

 

"El hombre que se sienta en la encima de la pirámide intelectual es quien más puede aportar a los que están debajo de él. No recibe ninguna ayuda intelectual, no necesita ningún tipo de lección de nadie. En caso de ser dejado sólo, el hombre de abajo ensombrecería sin lugar a dudas en una idiotez desesperada. No puede aportar ningún tipo de contribución a quien está por encima de él. Pero sí recibe la ayuda, entregada por la inteligencia del hombre de la cumbre. Esa es la naturaleza de la competencia entre las mentes más elevadas y los débiles mentales.”[2]

 

Ludwig von Mises, antiguo mascarón de proa del liberalismo clásico, era amigo personal de Rand. Escribió "usted tiene el coraje de decirle a la multitud lo que ningún político se atreve a decir: que sois inferiores y que cualquier progreso en vuestras vidas que consideráis normal, se lo debéis al esfuerzo de los hombres que son mucho mejores que tú."[3] O, como expresa la propia Rand: "Estos hombres excepcionales, estos creadores, estos gigantes sublimes, son los miembros de una minoría excepcional, empujan hacia arriba a toda una sociedad libre hasta su propio nivel de logros, sin dejar de elevarse más y más, más y más."[4] La crème de la crème, la flor y nata, el top, la élite.

El mundo del trabajo aparece en las páginas de La rebelión de Atlas como un grupo de vagos estúpidos e insolentes. Ocasionalmente, sin embargo, nos encontramos con una imagen idealizada como la del conductor del tren, silbando, "los rasgos de su cara tensa y decidida, a diferencia de la indiferencia que podríamos haber esperado" (sic)[5]. Pero el resto, son trabajadores estereotipados semejantes a los peleones enanos de los cuentos de Tolkien: embusteros, desgraciados y estúpidos. Sin embargo, estos trabajadores no son los peores monstruos de la ficción de Ayn Rand. Según las palabras del periodista Paul Mason, "los monstruos más peligrosos, los gnomos de las entrañas de la tierra en La rebelión de Atlas, son los funcionarios públicos, los periodistas e intelectuales. Su crimen colectivo es el de poner trabas a la iniciativa empresarial en nombre de la justicia social para los trabajadores"[6]. Corey Robin, politólogo de Nueva York, señala que esta manera de sublimar la aversión de los superiores hacia los más débiles entre los intelectuales, es decir, los artistas, la clase media, etc. es el eje fundamental del discurso de todos los iconos conservadores de la extrema derecha. De Wever muestra la misma aversión, que al parecer considera un activo populista.

 

 

El otro 11 de septiembre de Atlantis en Chile

En la decoración general de La rebelión de Atlas, los Estados Unidos son el único estado que continúa siendo capitalista, ya que en la vieja Europa nadie cree en el libre mercado. En el viejo continente, con las herramientas de producción nacionalizadas, comienzan a nacer repúblicas por todas partes. La rebelión de Atlas es claramente un libro anticomunista, pero su verdadero objetivo radica en una forma de "ajuste de cuentas con las aspiraciones socialistas" del gobierno estadounidense. Los objetivos son la política económica del Estado de la época de Rand, y el economista John Maynard Keynes como inspirador de dicha política.

Rand escribió su libro en la década de 1950, durante el período de reconstrucción de postguerra. La construcción de un enorme aparato militar durante la Guerra Fría y la Guerra de Corea dio un impulso adicional a la recuperación económica. Este período relativamente largo y estable de crecimiento, sin embargo, topó con sus límites en la década de 1960. La ideología keynesiana está vinculada a este período de crecimiento.

Mientras tanto en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Chicago se desarrolló una corriente a favor de un mercado totalmente libre, sin ningún límite. La verdadera libertad, la libertad económica absoluta para las empresas. Según la escuela de Chicago, todo intento de regular el mercado restringiría la libertad individual. Friedrich von Hayek (a quien Ron Paul declara admirar firmemente) y Milton Friedman se convirtieron en las figuras más importantes de este fundamentalismo de mercado. Su credo: el mercado funciona de manera óptima, ya que integra sistemáticamente y permanentemente toda la información pertinente en el precio.

Ayn Rand ya había formulado este credo sobre la función curativa del caos y las crisis. Fue recogida por la Escuela de Chicago. Su "revuelta del Atlas" provoca un bloqueo completo de la sociedad y lleva al más terrible de los caos. Pero precisamente en estas circunstancias John Galt y su élite, a pesar de haber causado la crisis, tendrán la oportunidad de salvar a la sociedad. Con la doctrina del shock, discutida en este libro, Milton Friedman acaricia las mismas ideas sobre el caos, las crisis, y "la tiranía del status quo." A su modo de ver, es crucial actuar cuando la crisis empieza a golpear, porque las circunstancias permiten imponer sin demora los cambios necesarios para que la accidentada sociedad no vuelva a su antiguo inmovilismo.

"Las teorías de Milton Friedman le valieron un Premio Nobel y también sirvieron al general Pinochet en Chile", señala el escritor uruguayo Eduardo Galeano.[7] El 11 de septiembre 1973, los tanques de Augusto Pinochet invaden las calles de Santiago durante el golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende, muy popular entre los pobres. La financiación económica de este golpe militar fue proporcionada por la CIA a instancias del presidente Richard Nixon. Para su departamento de economía, el dictador Pinochet reclutó a los alumnos de la Universidad de Chicago, "los Chicagoboys". La política iniciada por Salvador Allende - la asignación de tierras para los campesinos más pobres, medidas para proteger a la economía chilena de la influencia estadounidense y la nacionalización de las empresas estratégicas – molestaba a Friedman y la Escuela de Chicago. Chile se convirtió en el primer banco de pruebas para un mercado libre de contaminación, la Nueva Atlántida. El objetivo era eliminar los servicios públicos ("liberar el mercado del estado"), garantizar la libertad absoluta para las empresas y recortar los servicios sociales al mínimo.

En 1981, en plena dictadura, von Hayek, el buque insignia de la escuela de Chicago, confiesa en una entrevista al diario chileno El Mercurio que "hay circunstancias en las que algún tipo de dictadura es necesaria para la nación durante un tiempo. Probablemente entienda usted que es muy posible que un dictador gobierne de una manera liberal, al igual que una democracia puede gobernar de una forma totalmente no-liberal. Personalmente, prefiero un dictador liberal a un gobierno democrático sin liberalismo.”[8]

En Chile, el golpe fue doble: terror militar contra los derechos democráticos, por un lado, y violencia económica contra los servicios públicos por otra. Y los ganadores fueron, por supuesto, las empresas extranjeras y los "pirañas", es decir, los financieros que se enriquecieron con la especulación. Milton Friedman fue trasladado personalmente en avión desde Chicago para defender su gran teoría y montar su caballo de batalla: el choque como el único remedio. Quinientas empresas y bancos estatales fueron privatizados, vendidas a un precio de saldo. Los Chicagoboys de Pinochet golpearon duramente a los sectores de la salud y educación. El país convulsionaba literalmente bajo los efectos de esta terapia de choque. La economía se desplomó un 15%, el desempleo aumentó al 20%. Las órdenes de la Escuela de Chicago prescribieron tales remedios, que fue necesario instaurar el terror político para hacerlos aplicar. Todos los sectores de la vida pública y cultural tuvieron que someterse a este tratamiento de choque. Todo espíritu social y colectivo fue erradicado. Ocho mil maestros ideológicamente sospechosos fueron despedidos. Los grupos de proyectos, reflejo de aquel "maldito colectivismo" fueron prohibidos. El establecimiento de un régimen de terror tenía como objetivo anestesiar y paralizar a la población, sofocar cualquier inclinación de resistencia.

La visión de un mercado libre de toda restricción y el neoliberalismo nacieron con la sangre de los chilenos. La libertad desenfrenada de la élite, la de John Galt y los pirañas, por fin pudo actuar sin ningún tipo de límites, mientras que miles de opositores languidecían en las cárceles chilenas.

En su libro La Doctrina del Shock, Naomi Klein analiza las consecuencias económicas de los "remedios" administrados en Chile: "Si los economistas de la Escuela de Chicago están convencidos de que podemos hablar del milagro chileno, entonces es probable que debamos asumir que esta terapia de choque nunca tuvo nada que ver con el deseo de estabilizar la economía. Tal vez estaba destinada a hacer lo que realmente hizo: dejar que la élite acaparase la riqueza y diese el golpe final a la mayor parte de la clase media.”[9]

En aquel otro 11 de septiembre de 1973, se dio la señal de salida a una revolución neoliberal. Bajo el liderazgo de Reagan y Thatcher se propagó por el mundo entero.

 

 


[1] Comunicado de prensa del VOKA, 24 junio de 2010 (http://www.voka.be/startpagina/nieuws/Pages/Voka-topluidoeninformateurro...).

[2] Citado en Corey Robin, The reactionary mind. Conservatism from Edmund Burke to Sarah Palin, op. cit.,p. 90.

[3] Citado en Corey Robin, op. cit., p. 91.

[4] Citado en Corey Robin, op. cit., p. 89.

[5] Citado en Paul Mason, Meltdown. The end of the age of greed, Verso, Londres, 2010, p. 201.

[6] Paul Mason, op. cit., p. 121.

[7] Citado en Naomi Klein, La doctrina del shock, op. cit.

[8] El Mercurio (Chile), 12 abril de1981.

[9] Naomi Klein, op. cit., p. 110-111.