Autónomos, trabajadores, PYMES y monopolios

 

El pasado 2/12/2012 el economista Juan torres López (en adelante JTL) publicaba en Rebelión el artículo “La gran patronal se dispone a destruir a la pequeña y mediana empresa española que crea empleo”. El artículo ha sido eliminado de Rebelión y del blog del autor, suponemos que al percatarse de la inexactitud de los datos publicados, aunque sigue inevitablemente circulando por internet.

El autor muestra una gran solidez argumental en variados artículos, y sería un acto de mala fe criticar un desliz que ha sido rápidamente corregido. Pero como el discurso que reflejaba, “las pequeñas y medianas empresas son las que crean empleo”, se repite de forma recurrente en muy diversos ámbitos, que abarcan desde la derecha gobernante, hasta sectores progresistas y de la economía crítica, hasta el punto de que algunos sostienen que "son la salida a la crisis", creemos conveniente reflexionar al respecto.

El marco conceptual

El artículo comienza matizando que “Habitualmente se identifica empresario con capitalista y a éste con la explotación del trabajo (en el sentido estricto de apropiación de una parte del valor generado por los asalariados) que efectivamente conlleva el uso del trabajo asalariado en las economías capitalistas, cuando en puridad no tienen por qué ser equivalentes.”

Y estamos de acuerdo en que no debemos mezclar dos marcos conceptuales distintos, que podemos llamar el económico-formal, y el de la economía política. Así empresario (concepto económico-formal) no es idéntico a capitalista-explotador (economía política). El capitalismo no es una colección de números o de clasificaciones contables, sino, antes que nada, un conjunto de relaciones sociales que se establecen entre distintos sectores o clases en la producción. Para hacer análisis desde el punto de vista de las clases sociales o de la economía política, debemos contar con las fuentes o datos elaborados por la economía formal, y desentrañar las realidades que se esconden tras sus apariencias contables.

La principal consecuencia de esta distinción es que un capitalista para serlo, debe explotar trabajo ajeno, esto es apropiarse del fruto del trabajo de los empleados asalariados que dependen de él. Sin embargo, desde el punto de vista de la contabilidad formal, una buena parte de quienes aparecen como empresarios, no explotan trabajo ajeno. Este sería el caso del 80% de los en torno a 3 millones de trabajadores autónomos que no emplean a ningún trabajador. Formalmente son “empresarios”, pero no explotando trabajo ajeno, no pueden ser considerados capitalistas.

Otra consecuencia importante sería el de la infra-representación de las grandes sociedades y grupos empresariales, donde pueden aparecer distintas empresas, incluso dentro de un mismo gran centro de trabajo, que sin embargo forman parte de un mismo grupo de propietarios y un mismo proceso productivo, y donde las riquezas generadas por un grupo de trabajadores, formalmente fraccionados en distintas sociedades y empresas, va a parar a los bolsillos de una misma dirección capitalista. El ejemplo de esto sería p.ej. una acería de Mittal o una fábrica de Ford, donde la matriz incorpora las riquezas producidas por cientos y miles de trabajadores de las subcontratas.

 

Autónomos y trabajadores

Los 3 millones de trabajadores autónomos, formalmente empresarios, pueden encuadrarse en categorías sociales muy distintas, incluso antagónicas:

  1. Un gran mayoría que no emplea trabajadores, y, o bien encubre una relación real laboral, o bien son trabajadores independientes, que no caben en la categoría de capitalistas, ni en la de proletarios, engrosando las filas de la “clase media”. Para el primer caso, pensemos en un transportista o autónomo de la construcción o el montaje industrial, que trabaja para un sólo cliente, y “vuelca” su trabajo a un ciclo productivo más amplio, apropiado en su conjunto por una empresa principal que obtiene sus beneficios de la venta del producto o servicio final, y con el que no se mantiene un contrato de trabajo, sino un contrato mercantil. La relación real, empresa-trabajador, es encubierta por la relación formal, empresa-empresa. Esto supone varias ventajas para la empresa matriz, como la inaplicación de los derechos laborales, el descargar preocupaciones de dirección empresarial en el propio trabajador o ventajas fiscales. En el segundo caso, un diseñador, abogado, tendero o médico que regenta su negocio particular sin emplear más fuerza de trabajo que la suya, y que vende sus propias mercancías y servicios al mercado. Estas categorías engloban entre el 64 y el 83% de los autónomos, según las fuentes[1]. De los algo más de 3 millones de autónomos que existen en España, sólo el 0,8% pasan de 5 empleados; 744 (el 0,02%) superan los 20 trabajadores, y ninguno llega a los 50[2].
  2. Por otro lado encontramos a quienes tienen pocos empleados, y si bien emplean a un número total significativo de trabajadores y  alcanzan a superar el umbral de la acumulación capitalista, ganar más de lo que gasta para su propia reproducción personal, participa en muy escasa medida, casi irrelevante en el reparto global de las ganancias. Esto son los pequeños capitalistas. Pequeños comerciantes o negocios de hostelería pueden servir de ejemplo de estos sectores.
  3. Una última capa, que junto a las pequeñas y medianas empresas emplea a una parte importante del total de trabajadores, aunque en el reparto de las ganancias participa de manera minoritaria respecto a las grandes empresas, y en los procesos económicos está subordinado a los grandes grupos industriales, comerciales y financieros. Sólo estos últimos pueden ser considerados como “capitalistas” o “burgueses” de pleno derecho, y aún así tienen un papel secundario en el proceso global de acumulación capitalista.

En general las empresas de esta ultima categoría no marcan los precios de los productos, ni la estrategia de investigación o de marketing. No influyen en estrategia global de las grandes empresas: las empresas subcontratas que producen piezas para la construcción de un coche o de una acería, dependen de la estrategia de los accionistas de Arcelor Mital o de Opel. Su cartera de trabajo dependerá mayoritariamente de decisiones ajenas. En realidad la producción funciona de manera piramidal: gracias a las patentes, a la cartera de ventas y a poder fijar los precios de compra, las empresas matrices exigen a las subcontratas cada vez más o mejor producto al menor precio. La competencia y la lucha por los beneficios les lleva a ello. Lo que a su vez hace recaer sobre los trabajadores todo el peso de esta estrategia, aumentando el ritmo de trabajo, disminuyendo salarios…

 

Empleo, pymes, y grandes empresas.

En el artículo de JTL, se recogían datos erróneos:

“Según un informe de la OCDE, en 2008 el 90% del empleo lo generaban en España las empresas de menos de 20 trabajadores e incluso fueron las "miniempresas" las que lograban aumentar los contratos fijos y reducir el empleo temporal, a diferencia de lo que han venido haciendo las grandes empresas. “

“El 99,2% de todo el empleo existente en España radicaba en ese año en empresas de menos de 50 trabajadores y el 80% en las que tienen menos de 3 trabajadores.“

La rápida rectificación del autor probablemente se deba al haberse percatado que el  segundo dato proviene del DIRCE, cuando el DIRCE da datos del censo empresarial, es decir, del número de empresas según tamaño, y no del número de trabajadores en empresas.

La distribución de los trabajadores por empresas según tamaño, según las fuentes del Ministerio de Empleo y Seguridad Social[3] para enero de 2012 son :

Es decir, el 97,80% de pequeños empleadores (autónomos y pequeñas empresas) emplean al 41,23% de trabajadores. El 1,83% de medianas empresas emplean al 17,33%, y el 0,37% de grandes empresas emplean al 41,44%. En total, el 2,20% de medianas y grandes empresas, emplean a más de 7,3 millones de trabajadores, el 58,77% del total de la fuerza de trabajo empleada.

Por otro lado, autónomos y pymes en conjunto suponen el 99,8% del número total de empresas censadas[4], pero menos del 60% del empleo total (7,8 millones). Por contra, el 0,2% restante, menos de 5.000 grandes empresas emplean más del 40% de trabajadores, más de 5,1 millones, y 935 empresas empleaban a más de 3,6 millones de trabajadores.

Además, según el estudio “Retrato de las PYME 2012” del Ministerio de Industria, Energía y Turismo” [5], son las grandes empresas quienes menos han sufrido la pérdida de empleo desde el inicio de la crisis:

“Atendiendo  a  la  evolución  en  la  distribución  del  empleo  por  tamaño  de  empresa (Gráfico 2), se observa en el periodo 2006-2011, el trasvase de más de 5 puntos al estrato de las grandes empresas  (en 2006 era de 36,51%), que procede principalmente de la reducción en las pequeñas (en 2006 era de 23,86%).”

 

Este hecho, contrasta con la afirmación de JTL, de que “Un hecho muy importante a destacar es que estos dos grupos de empresas(*) son las que menos empleos crean. Es más, son las que, a pesar de haber obtenido beneficios multimillonarios, han destruido un mayor número de puestos de trabajo en los últimos años, ...“

*Nota: se refiere a las grandes empresas.

 

Crisis, pymes y grandes empresas.

Esto mismo es confirmado por ESADE[6] en un informe de 2012 titulado “¿Cuantas empresas se ha llevado la crisis?”:

“Mientras que las empresas de tres a cinco trabajadores disminuyen en un 13,7 % y las de seis a nueve lo hacen en un 17,8 %, las que cuentan entre 10 y 25 empleados caen un 21,3 %; las de 26 a 49, en un 23,5%; y las de 50 a 249, en un 14,9%. La otra cara de la moneda son las grandes empresas, que han demostrado una gran capacidad de supervivencia: las empresas de 5.000 o más trabajadores han aumentado su número entre 2007 y 2011, pasando de 99 a 107.”

Y es que históricamente, todas las crisis capitalistas han ido acompañadas de la desaparición de las empresas débiles (pequeñas) y la supervivencia, incluso fortalecimiento, de las grandes. Esta crisis tampoco es distinta en ese aspecto, como se deriva de las anteriores cifras de empleo.

Así según el referido informe, en el periodo de octubre de 2007 a octubre de 2011 han desaparecido 177.000 empresas, en su inmensa mayoría pymes, no sólo en términos absolutos, lo que es lógico al ser el sector más numeroso, sino en términos relativos:

La competencia por mercados y recursos entre las empresas tiende a la concentración de los mercados en cada vez menos manos. Incluso en sectores todavía poco concentrados, esta tendencia es palpable en la actualidad, sirva como ejemplo el sector de la cerámica, donde las 21 mayores empresas han pasado de controlar el 38 % del sector en 2006, al 50,5% en 2010[7], o las agencias de viajes, donde las cuatro mayores han pasado de controlar el 50% de los puntos de venta en 2008, al 58,5% en 2012[8]. Un sector tan innovador y de reciente desarrollo como es el de las aplicaciones para teléfono móvil tampoco es ajena a este proceso, las 25 mayores compañías, acaparan el 50% de los ingresos.[9]

En el sector de las exportaciones, la concentración empresarial es abrumadora[10]:“el 1% de las empresas con mayor volumen exportadoracaparael 67% del total de las ventas al exterior, y la cifra asciende al 93% si se tiene en cuenta el 10% de las empresas.“

En la última década pasamos de 6 a 5 grandes fabricantes de automóviles presentes en el estado, en el sector de la construcción se pasó de 24 grandes empresas a mediados de los años 90, a 6 en 2005; en el metal, Aceralia fue absorbida por Arcelor, y ésta a su vez por Mittal, constituyendo uno de los mayores monopolios mundiales.

 

Ganancias, pymes y grandes empresas

El fundamento y fin de las empresas capitalistas es la obtención de beneficios para sus accionistas, siendo la producción de bienes y servicios, y la creación de empleo un medio para ello. Lo que importa a sus propietarios es el retorno de sus inversiones, y que cuota de la riqueza generada en el mercado global irá a parar a sus bolsillos.

Otro punto de vista para valorar las relaciones sociales es el de los beneficios empresariales. Según los datos de 2009-2010 del impuesto de sociedades, que fiscaliza los beneficios de las sociedades empresariales, son  las grandes empresas las que obtienen el 80% de los beneficios, correspondiendo el 20% restante a las pymes (los autónomos no pagan este impuesto)[11]. Ello por no hablar de las cifras reales que deberían incluir los beneficios que las grandes empresas trasladan a los paraísos fiscales, estimados por la GESTHA en más de un 70% del fraude fiscal total [12].

Esto plantea una paradoja aparente: ¿cómo empleando algo más del 40% de la fuerza de trabajo pueden obtener en torno al 80% de los beneficios?

Una parte de la respuesta, responde a que las grandes empresas son más productivas, pudiendo extraer mayor ganancia final por unidad de trabajo empleado[13]: “las empresas españolas de más de 250 trabajadores muestran una productividad del trabajo que es un 65% por ciento superior a la media, mientras que las empresas de menor tamaño presentan una productividad que es aproximadamente la mitad. Algunos estudios han calculado que un aumento del 1% en el tamaño empresarial incrementa la probabilidad de exportación un 5%.”

Pero el poder de mercado y el poder político de las grandes empresas pueden explicar otra parte y ponen de manifiesto otra realidad subyacente a las cifras y clasificaciones contables formales.

Así, existe un trasvase de ganancias de los autónomos, pequeñas y  medianas empresas hacia las grandes. Pensemos en la gran industria del metal (Arcelor), o automovilística (Ford o Renault). Cada gran empresa industrial emplea por si misma a miles de trabajadores, pero en torno a ella crea una red de medianas y pequeñas empresas dependientes, que suponen otro buen puñado de miles de trabajadores, según el caso concreto pudiendo llegar incluso a superar a la empresa matriz. Los trabajadores de las contratas tienen peores condiciones laborales, y en general trabajan más y ganan menos dinero. Sin embargo las ganancias “adicionales” creadas en ese contexto laboral van a parar tanto o más a la empresa matriz que a la empresa para la que trabajan formalmente. ¿Cómo? Mediante la imposición de condiciones por la matriz a la contrata, que negocian con desigual poder sus relaciones: las patentes y la fijación de precios de compra. Así, al imponer precios a la compra de las piezas producidas en las subcontratas absorbe parte de la riqueza creada por los trabajadores de dicha contrata, beneficiándose de la mayor explotación relativa a la que están sometidos.

Este mismo mecanismo es aplicable a las grandes cadenas de distribución. Por la imposición de precios de venta (o de compra, mejor dicho) a sus proveedores, incorporan a sus propias cifras de beneficios una buena parte del valor creado por los pequeños productores sean estos pequeños agricultores y ganaderos, o pymes.

¿Qué queremos manifestar con esto? Que nuevamente debemos atender a la realidad que esconden las relaciones aparentes, y así, los cientos de miles o millones de trabajadores autónomos o de pymes, dependientes de las grandes empresas, vuelcan el fruto de su trabajo, y son por tanto indirectamente explotados tanto o más por las grandes empresas como por su propio patrón pequeño o mediano. Y es que, son las grandes empresas las que dominan y dirigen la economía, por así decirlo la “punta de lanza”, exigiendo cada vez calidades o cantidades mayores a menor precio a las subcontratas.

Por otro lado, el poder de monopolio (u oligopolio) que pueden ejercer hacia los eslabones inferiores  de la cadena de producción, lo imponen también hacia los consumidores, fijando precios de venta que permiten un mayor margen de ganancias.

Por último, son las grandes empresas las que tienen los mecanismos y recursos para controlar o influir directamente sobre el poder político. Así 26 de las 34 empresas del Ibex-35 cuentan con ex-altos cargos del estado en sus consejos de administración y 48 políticos y ex-políticos se sientan en los consejos de administración representando el 15% del valor total de las empresas del Ibex[14]. Miles de lobbies de la gran industria actúan todos los días sobre los europarlamentarios, influyendo en sus legislaciones. [15] Son quienes financian partidos y elaboran líneas políticas de los grupos de presión, centros de estudios y en la CEOE.

 

Empresarios, capitalistas, e intereses de clase

 La principal conclusión que extraía JTL en su artículo tras la exposición de datos y análisis, es que:

“Pues bien, el problema dramático que a mi modo de ver está ocurriendo en la economía española es que los dirigentes que dominan las patronales defienden, bien por ceguera ideológica o por connivencia con los intereses de las grandes corporaciones, posiciones y políticas económicas y laborales que perjudican extraordinariamente a las pequeñas y medianas empresas y que solo benefician a las grandes, a las que, como he dicho, no tienen como objetivo ni como necesidad la creación de empleo y las que gozan de posiciones de privilegio en el mercado nacional e internacional a diferencia de las pequeñas y medianas que son muy dependientes de lo que pase en el mercado interno.”

En esta reflexión se esconde lo que a nuestro juicio es un error de planteamiento. El artículo plantea que en cuanto a intereses se refiere, en un polo están trabajadores, pequeños y medianos empresarios; y en el otro las grandes corporaciones. Sin embargo, si retomamos el análisis de las clases sociales, nos daremos cuenta de que no se trata de “ceguera ideológica” de las PYMES (como si las patronales actuaran irracionalmente yendo contra sus propios intereses), sino de una contradicción con dos aspectos: la connivencia, interesada, con las grandes corporaciones, precisamente porque todas las empresas capitalistas, sean pequeñas o grandes, tienen intereses comunes como erosionar los convenios, la lucha sindical o los salarios, para maximizar beneficios. Y por otro lado la lucha con los monopolios, al ser un eslabón de la producción dependiente de la estrategia de los accionistas de las grandes empresas, forzada por la dependencia de los pedidos o la caída de los salarios a bajar precios o, en el peor de los casos, a cerrar.

Todo empresario está interesado en maximizar sus beneficios, y para ello un mecanismo que comparten es el aumento de la explotación de la fuerza de trabajo, y la disminución de los impuestos. Por lo tanto no es casual que coincidan en aplaudir medidas como la reforma laboral, los recortes a las prestaciones por desempleo, de la seguridad social o a los servicios públicos, ¿qué tiene esto de extraño?

Cada capitalista individual, sea una gran corporación o un pequeño taller, está interesado en aumentar la parte de la riqueza creada por sus trabajadores que no tiene que retribuirles con salarios sean estos directos (nóminas) o indirectos (prestaciones y servicios públicos). Y si eso supone cavar su propia tumba, al limitar cada vez más la capacidad de consumo de las masas, obstaculizando que la rueda del capital siga girando, ¿acaso no es eso un problema sistémico que supera la capacidad de cada capitalista individual? El comportamiento racional de cada capitalista individual, es el comportamiento irracional del conjunto de los capitalistas.

El modus-operandi de las empresas, que logran beneficios apropiándose del trabajo ajeno, y compiten entre sí, hace recaer sobre los trabajadores el precio de la competencia – despidos, descenso de salarios-. Se produce mercancías a expensas del factor trabajo. Una bomba de relojería que se acumula con el tiempo. Es la “Contradicción del régimen de producción capitalista: los obreros, como compradores de mercancías, son importantes para el mercado. Pero, como vendedores de su mercancía - de la fuerza de trabajo - la sociedad capitalista tiende a reducirlos al mínimo del precio”. (Marx, El capital, tomo II, pág. 300).

 

Conclusiones

Utilizar las fuentes de la contabilidad oficial “formal” en nuestros análisis, no supone que debamos también asumir sus valores y criterios, o llegaremos a conclusiones contradictorias. Es el caso de los autónomos, en realidad en su inmensa mayoría trabajadores explotados sin convenio o trabajadores independientes que no pueden ser incluidos entre la clase capitalista.

La crisis no recae por igual sobre todos. Los trabajadores están pagando la factura: los precios aumentan cada año y los salarios han bajado un 4.3%. El paro afecta al 26% de la población. La caída de los salarios empeora la recesión.

Por otro lado las grandes empresas,  empleando algo más del 40% de la fuerza de trabajo obtienen en torno al 80% de los beneficios. Son los sectores “demasiado grandes para quebrar”. Los que menos impuestos pagan. Los rescatados con dinero público para volver a ser privatizados y dar beneficios a unos pocos. Que sean esas grandes empresas, y no los trabajadores, quienes paguen la crisis, determinará el curso económico de las próximas décadas. Pero, en última instancia, mientras accionistas y grandes ejecutivos determinen qué y cómo se produce, antepondrán sus beneficios a las necesidades sociales. Mientras la propiedad de los medios de producción esté en manos privadas, se producirá a expensas de los trabajadores, se acumulará a costa de los salarios, creando las futuras recesiones. Son las crisis de sobreproducción.

A quienes criticamos el sistema social vigente y tratamos de empujar en la dirección de su superación nos es exigible un plus de rigurosidad en el estudio y empleo de las fuentes. No podemos más que estar de acuerdo con V. Navarro, coautor junto a Torres López de su último libro “Los amos del mundo” en su reciente artículo “Canallada en la red”[16]:

“Existe demasiada laxitud en el comportamiento editorial de gran número (no todas) de revistas digitales de la izquierda radical que están dañando enormemente a las izquierdas, haciéndoles perder credibilidad. La evidencia es bastante extensa. Constantemente se publican datos, sin suficiente verificación, o se reproducen artículos sin citar el lugar de su publicación y/o sin autorización de los autores, y se citan a personas sin transcribir correctamente lo que tal persona ha dicho y así un largo etcétera. Se me dirá con razón que lo mismo ocurre en la mayoría de revistas y medios (mucho más frecuentemente en los medios de derechas que en los de izquierdas). La generalización de tales prácticas (junto con la enorme cantidad de insultos, sarcasmos, notas ofensivas, y continuo sectarismo) es precisamente un indicador de la baja calidad de la democracia limitadísima que este país tiene. Pero las izquierdas no pueden permitir en su seno que se reproduzcan las prácticas que masivamente se presentan en los medios de derechas de este país. El coste de estas prácticas es excesivamente elevado.”

Errores que muchos hemos cometido.

El desarrollo de las fuerzas productivas es un aspecto progresista de la economía capitalista, y son las grandes empresas quienes más lo desarrollan. La concentración del capital es una tendencia imparable del capitalismo. ¿Se debe rechazar esta tendencia, tratando de dar marcha atrás a la historia o utilizarla en beneficio de la sociedad para satisfacer las necesidades de la humanidad?

Obviamente los miles de pequeños empresarios arruinados, aplastados por la competencia feroz y el aumento del precio de la vida, abocados al cierre por las decisiones de deslocalización o de cambio de estrategia de las multinacionales, están objetivamente interesados en luchar contra una sociedad regida por los grandes monopolios. Pero en ese sentido creemos que la solución es luchar por superar el capitalismo, por controlar democráticamente las grandes empresas. Por poner a disposición de la población las enormes riquezas producidas por ella misma y hoy acumuladas en unos pocos cientos de miles de grandes accionistas, especuladores y multimillonarios. Por planificar los derroteros de la sociedad de manera democrática, con la solidez que daría el control de los sectores clave – energía, transporte, química, automóvil…- en manos de los trabajadores.

 

Alfonso Lago

 


[1]Según Eurostat 64%, según el DIRCE 83%. Eurostat parece considerar las sociedades controladas por autónomos.

[2]Número de empresarios personas físicas, según número de asalariados, en 2012. Fuente: INE – DIRCE:

[4]Fuente: DIRCE